miércoles, 11 de febrero de 2009

La hija del viento

Cuando cayó la tarde y la noche empezó a devorarla, una hija del viento decidió salir del castillo de su padre, y caminar por un sendero. Era un sendero tranquilo, el cual irradiaba vida y belleza, pero conforme avanzaba, pudo descubrir cuando llego la oscuridad, pequeños obstáculos que, poco a poco, iban aumentando su tamaño hasta convertirse en prácticamente insalvables. La hija del viento sintió miedo, se sentó sobre unas hojas secas, y la tristeza la recorrió con sus frías y húmedas manos. Agachó su cabeza, y con cara de derrota se puso a llorar. Después de unos minutos, levantó la vista y lo vio, era un sendero mucho más bello que el anterior, cubierto de las flores más hermosas y la hierba más suave. El sendero completamente despejado, era mejor elección que el anterior, así que se adentro en él, y caminó plácidamente hasta que se acordó, como en un fotograma fugaz en su cabeza, de una pequeña flor roja de fuego, situada en el primer sendero y que al principio no captó su atención. La hija del viento dio media vuelta indecisa y se dirigió hacia el punto donde se bifurcaban los dos senderos. Una vez allí, la hija del viento, volvió a sentarse y a llorar. No podía comprender por que si un sendero era más hermoso, y con menos obstáculos, no dejaba de pensar en el otro, que aunque al principio parecía sosegado, escondía trampas mortales en sus tortuosos parajes. La hija del viento desconsolada, siguió llorando y llorando, allí se quedó paralizada sin saber que hacer. Su cuerpo se hacia cada vez mas y mas pesado y sus lágrimas caían a la tierra formando un pequeño charquito. Los días pasaron y la hija del viento seguía allí, sin encontrar solución al dilema planteado, y cuando la esperanza estaba desapareciendo de su corazón, pasó una estrella fugaz, y entonces recordó, que ella era hija del viento, y alzando el vuelo, dejó atrás los dos senderos.



Por: Lidia Ríos Liñán

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