miércoles, 11 de febrero de 2009

Poema

El reloj no se detiene,
La belleza de la que tantas veces he renegado,
Se va marchitando por culpa de la tristeza.
Un océano de oscuras sombras me acecha,
Y me encuentro perdida en mitad del vacio.
¿Hay alguien ahí?
Tu voz resuena en mi cabeza,
Y mi cerebro intenta ignorarla,
Pero pese al peligro que conlleva
La escucha porque es su única esperanza.
Hay gente que arriesga su vida,
Sólo por sentir el peligro en su carne,
Yo me arriesgo por que siento,
Que mis vacíos emocionales son como mares.
Quiero que tú, o tú o tal vez tú seas mi barca,
Aunque de antemano sepa,
Que ya está anegada.
Sólo espero una muerte ya anunciada,
Entre tus brazos moriré,
Mirando a los ojos,
Al asesino de mi alma.

L. R. L.

La hija del viento

Cuando cayó la tarde y la noche empezó a devorarla, una hija del viento decidió salir del castillo de su padre, y caminar por un sendero. Era un sendero tranquilo, el cual irradiaba vida y belleza, pero conforme avanzaba, pudo descubrir cuando llego la oscuridad, pequeños obstáculos que, poco a poco, iban aumentando su tamaño hasta convertirse en prácticamente insalvables. La hija del viento sintió miedo, se sentó sobre unas hojas secas, y la tristeza la recorrió con sus frías y húmedas manos. Agachó su cabeza, y con cara de derrota se puso a llorar. Después de unos minutos, levantó la vista y lo vio, era un sendero mucho más bello que el anterior, cubierto de las flores más hermosas y la hierba más suave. El sendero completamente despejado, era mejor elección que el anterior, así que se adentro en él, y caminó plácidamente hasta que se acordó, como en un fotograma fugaz en su cabeza, de una pequeña flor roja de fuego, situada en el primer sendero y que al principio no captó su atención. La hija del viento dio media vuelta indecisa y se dirigió hacia el punto donde se bifurcaban los dos senderos. Una vez allí, la hija del viento, volvió a sentarse y a llorar. No podía comprender por que si un sendero era más hermoso, y con menos obstáculos, no dejaba de pensar en el otro, que aunque al principio parecía sosegado, escondía trampas mortales en sus tortuosos parajes. La hija del viento desconsolada, siguió llorando y llorando, allí se quedó paralizada sin saber que hacer. Su cuerpo se hacia cada vez mas y mas pesado y sus lágrimas caían a la tierra formando un pequeño charquito. Los días pasaron y la hija del viento seguía allí, sin encontrar solución al dilema planteado, y cuando la esperanza estaba desapareciendo de su corazón, pasó una estrella fugaz, y entonces recordó, que ella era hija del viento, y alzando el vuelo, dejó atrás los dos senderos.



Por: Lidia Ríos Liñán